El mar ha sido su hogar y su desafío. David Velásquez, oriundo de Pedasí, en la provincia de Los Santos, ha dedicado su vida a las profundidades del mar. A sus 52 años, su historia es la de un hombre que encontró en el buceo no solo una profesión, sino una pasión irrenunciable.

Influenciado por su entorno y su familia, convirtió el mundo submarino en su vocación y misión. Su trayectoria, en ese entonces, Servicio Marítimo Nacional comenzó en 2003, cuando decidió unirse a la Unidad de Buceo, entonces conformada por solo tres integrantes.

Con el tiempo, esta unidad fue absorbida por el Comando del Servicio Nacional Aeronaval en 2020 y actualmente cuenta con 13 miembros. Desde 2015, Velásquez asumió la jefatura y ha liderado operaciones de búsqueda y rescate, reflotación de embarcaciones y misiones contra el narcotráfico.

El desafío es constante. En cada inmersión, se enfrenta a corrientes impredecibles, baja visibilidad y la posible presencia de tiburones y cocodrilos. Sin protección más allá de su entrenamiento, debe confiar en su pericia para sortear los riesgos del entorno. Cuando la visión es nula, sus manos se convierten en su principal herramienta y  palpa  en busca de su objetivo.

Marca imborrable

Pero entre todas las experiencias, hay una que deja una marca imborrable: el rescate de cuerpos. La labor de recuperar a quienes han perecido en el mar es un proceso que exige fortaleza emocional. “Los hemos encontrado en distintos estados de descomposición”, confiesa con la serenidad de quien ha aprendido a enfrentar lo inevitable.

El contacto con tiburones no es frecuente, aunque hasta ahora no ha habido ataques. Sin embargo, las precauciones son ineludibles. En el puerto Flotilla, deben estar atentos a la presencia de cocodrilos, por lo que siempre hay una unidad de seguridad en la embarcación con un fusil. Antes de cada inmersión, encomiendan su seguridad a Dios, conscientes de que el mar es tan majestuoso como impredecible.

Para Velásquez, el buceo es una ventana a un mundo desconocido. “Es fascinante porque son entornos a los que no estamos acostumbrados. Se pueden ver corales, peces, fauna silvestre”, relata. Ha descendido hasta 120 pies de profundidad con cilindros de entre 80 y 100 pies cúbicos, lo que le permite permanecer bajo el agua aproximadamente una hora. Cada cilindro, con un peso de 50 libras, demanda preparación física y un control riguroso de la respiración.

Encuentro con lo desconocido

Sumergirse en las profundidades del mar va más allá de la simple exploración. Cada inmersión es un encuentro con lo desconocido, un viaje a un mundo silencioso donde la luz se filtra de manera distinta y la vida marina se despliega en su máxima expresión.

Ser buzo implica disciplina, entrenamiento riguroso, conocimiento técnico y una profunda conexión con el entorno. Cada misión requiere planificación meticulosa, desde la profundidad y el tiempo de estancia hasta el control de la flotabilidad y el consumo de oxígeno. La seguridad es primordial, pues la comunicación con los compañeros puede marcar la diferencia entre una experiencia controlada y una situación de riesgo.

Bajo el agua, el tiempo parece detenerse. El sonido se atenúa, los sentidos se agudizan y la sensación de ingravidez da una libertad incomparable. Sin embargo, los desafíos persisten: la presión aumenta con la profundidad, la orientación es un reto constante y la visión puede cambiar en cuestión de segundos.

A pesar de estos desafíos, la pasión por el mar sigue impulsando a Velásquez y su equipo a explorar lo que yace bajo la superficie. Su historia es testimonio de entrega, valentía y respeto por un mundo que pocos se atreven a conocer.